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La dieta hortícola de los casi 600 internos de la cárcel de Burgos procede de los invernaderos de la sección abierta, por donde han pasado centenares desde hace 24 años
Alfonso acaricia los tomates, mira ufano las patatas, los pimientos y pepinos, los calabacines, los ajos, las lechugas, las cebollas... Está claro que observar su huerta, que es ahora un vergel esplendoroso, le procura dicha. Sin embargo, no es lo que más le enorgullece. En los 24 años que lleva cultivando esta porción de tierra en las afueras de Burgos nada le ha llenado de más satisfacción que los hombres a quienes ha enseñado sus misterios, cientos y cientos de tipos que poco o nada sabían de esta labor ancestral, individuos anónimos, todos bien diferentes, pero unidos por una misma condición: la falta de libertad.
Los invernaderos del centro penitenciario burgalés ocupan casi una hectárea de terreno, y en ellos crece de todo. Tanto, que la población reclusa, que supera con creces el medio millar, no come otras verduras y hortalizas que las que crecen allí. Alfonso tiene a su cargo desde hace varios meses a dos hortelanos que a esta hora se afanan, azada en mano, en remover la tierra en la que crecen las lechugas. Reinaldo y Sergio están en régimen abierto, y trabajan en los invernaderos de lunes a viernes, ocho horas diarias. Perciben por ello un sueldo y cotizan a la Seguridad Social.
Son conscientes de que el grado en el que se hallan es privilegiado, nada que ver con cualquiera de los otros. Saben que cada golpe de azada es un paso más para la libertad, de la que ya gozan de manera controlada, al igual que otros sesenta internos, todos de las sección abierta -régimen de semiliberdad-, desde el pasado mes de julio llamada Centro de Inserción Social (CIS). «Para disfrutar de ese régimen da igual el delito; si un individuo ha demostrado estar en condiciones de favorecer su reinserción social, lo menos desocializante es el CIS, donde son evaluados trimestralmente», explica Juan Carlos Mesas, director de programas de la prisión.
«He conocido a cientos, y salvo raras excepciones no he tenido problemas con ninguno», confiesa Alfonso, quien no duda en reconocer que con la inmensa mayoría ha empatizado. «Jamás pienso en el delito, sino en el hombre», dice. Eso se nota en el trato que mantiene con Reinaldo y Sergio. No es un capataz al uso: bromean entre ellos, intiman, comparten una cerveza después del trabajo... «Para mí no son presos, son personas como tú y como yo», subraya Alfonso. «Estamos facilitando su reinserción, normalizándoles. Lo fundamental, como dice la Constitución, es que son ciudadanos igual que los demás solo que privados de libertad. Y aunque la relación sea de sujeción especial, tratamos de facilitarles ese mecanismo», apostilla Mesas.
«Me siento útil aquí», confiesa Alfonso, que aunque en seis meses cumplirá la edad de la jubilación ya anticipa que se va a reenganchar. «Siento que estando aquí todo tiene más sentido», dice acariciando a Lula, la mascota del huerto. Los improvisados hortelanos se reconocen encantados de trabajar en los invernaderos, aunque nunca antes ninguno hubiese desempeñado tareas similares. Sergio reconoce que al principio fue duro. «Fue jodido porque no estaba acostumbrado», dice. Tanto, que desde que empezó ha perdido más de diez kilos. «Desde luego, es mejor que estar parado o que estar dentro, claro. No es una maravilla, pero tal y como está el tema fuera, no deja de ser trabajo».
Reinaldo ha trabajado en la construcción, por lo que se acostumbró antes y se muestra feliz labrando la huerta. «Pero lo que es de verdad es un pintor de primera», apunta Alfonso mientras le ofrece un cigarrillo. Tanto a Reinaldo como a Sergio les queda menos de dos años para salir en libertad. El primero tratará de ganarse fuera la vida en el mundo de la construcción; el segundo ya sueña con ponerse al volante de un camión. Quizás un día, dentro de no demasiado tiempo, tengan un huerto propio y se acuerden de Alfonso, el ingeniero agrónomo que les enseñó los misterios de la tierra. Acarician ya el día en que puedan salir para siempre de allí. No piensan en otra cosa mientras vuelven a excavar la tierra, a mimar las plantas que dan su fruto. Saben que haciéndolo con cariño están cultivando el más anhelado: la libertad.
Los Cis. Juan Carlos Mesas se deshace en elogios hacia Mercedes Gallizo, secretaria general de Instituciones Penitenciarias. «Va a dejar un legado importante con los CIS, que son la manera más positiva para la sociedad. Los niveles de reincidencia de quienes han pasado por aquí son menores que quienes han pasado su condena en un régimen ordinario». Los CIS están basados en el principio de confianza en el interno y en la aceptación voluntaria por el mismo de los programas de tratamiento, y su actividad está orientada hacia la consecución de dos retos: la integración del interno en la vida social, familiar y laboral, y la coordinación de organismos e instituciones públicadas y privadas para que contribuyan a esa reinserción.
Las dependencias del módulo de régimen abierto del centro de penitenciario de Burgos están siendo sometidas a mejoras para ajustarse a la filosofía de los CIS, un nuevo modelo de intervención penitenciaria.
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Martin Luther King
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